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Villa del Rosario, Norte de Santander, Colombia
Presidente Asociación Centro de Historia e Investigación de la Villa del Rosario. Autor de la Ruta Turística Viajando por la Capital de la Gran Colombia en rescate de nuestra identidad. Coautor del libro Viajando por la Capital de la Gran Colombia a través de la recreación en el medio natural

CUENTOS

La lombriz


En el tiempo de antes, existía el mito de que no se podía comer zapote mamey   porque duraba siete años en el estómago. Pero los jóvenes no le hacían  caso a esto y desafiaban cualquier cuento o leyenda  haciendo caso omiso a las órdenes de los padres. El niño Fernando Fonseca se levantó un domingo muy hambriento, y ante la hermosura  de un zapote mamey que reposaba sobre la mesa de la cocina, olvido la recomendación de su mama, el joven no  se pudo resistir  y con el hambre que tenía prosiguió a echarle muela. El zapote pesaba unos dos kilos, lo  había traído su papá de la hacienda donde trabajaba. Al rato de haber ingerido aquella deliciosa fruta, el muchacho comenzó a sentir un fuerte dolor de estómago y de inmediato salió corriendo para el solar, él se asustó muchísimo al recordar que los viejos siempre comentaban, que, el que comiera de esa fruta, le duraba siete años dentro del estómago y a gritos llamaba a su mama, ---mama, mama, el zapote me está envenenando---,  su mamá con voz recia le contesto,  ---yo le advertí que no se lo comiera---,  el dolor cada vez se hacía más fuerte apurándole  las ganas de cagar,  se bajó los pantalones y cuando comenzó a pujar sintió que algo extraño le salía, al reparar se dio cuenta que un animal largo le emergía de la  puerta del ano, el muchacho asustado volvió a llamar a gritos a su  mamá, la señora corrió a ver que le ocurría, y al notar esta situación, se apresuró a buscar un trapo para correr en auxilio de su hijo, con cautela fue jalando poco a poco el animal hasta que lo saco. Era una lombriz que tenía algo más de un metro. 

LA MOYA

El señor Nicasio Contreras a los 96 años narraba con mucha alegría, las vivencias en el lapso que vivió en Villa del Rosario, pero a la vez dejando entrever unas pinceladas de nostalgia al recordar las travesuras de su infancia. Le gustaba como a la mayoría de los jóvenes de su época andar siempre con una cauchera para matar el tiempo y distraerse mientras realizaba las labores de rutina por aquellos años: como ir a traer leña y escobas del cerro de las múcuras, pasto de los potreros de Abrahán Rojas, cachaza de los trapiches, y agua de la toma Díaz. Una mañana muy temprano se dirigía para la toma Díaz a realizar una de esas tareas y vio que subía por la calle cuarta del barrio la Pesa (hoy Fátima) una mujer con una moya de barro llena de agua a la cabeza. El joven Nicasio con sus ocurrencias que nunca le faltaban, corrió a esconderse detrás de unas paredes de adobe que no tenían más de un metro de altura, atrincherado se disponía a preparar su fechoría, le puso la piedra a la cauchera y a tan sólo veinte metros de distancia le apunto a la moya que, con excelente puntería la partió en pedazos dejando a la mujer bañada con el agua. El susto de la dama fue tremendo al escuchar el estallido de la moya y sentir que el agua bajaba como cascada por su cuerpo; miraba desconcertada para todos lados pero no vio a nadie y mientras tanto el joven agazapado se reventaba de la risa en su escondite. La señora no pudo más que, exclamar  ---ah maldita sea--- y continuar el recorrido con su ropa empapada.




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