La lombriz
En el tiempo de antes, existía el mito
de que no se podía comer zapote mamey porque duraba siete años en el estómago. Pero los
jóvenes no le hacían caso a esto y desafiaban
cualquier cuento o leyenda haciendo caso
omiso a las órdenes de los padres. El niño Fernando Fonseca se levantó un
domingo muy hambriento, y ante la hermosura
de un zapote mamey que reposaba sobre la mesa de la cocina, olvido la
recomendación de su mama, el joven no se
pudo resistir y con el hambre que tenía prosiguió
a echarle muela. El zapote pesaba unos dos kilos, lo había traído su papá de la hacienda donde
trabajaba. Al rato de haber ingerido aquella deliciosa fruta, el muchacho comenzó
a sentir un fuerte dolor de estómago y de inmediato salió corriendo para el
solar, él se asustó muchísimo al recordar que los viejos siempre comentaban,
que, el que comiera de esa fruta, le duraba siete años dentro del estómago y a
gritos llamaba a su mama, ---mama, mama, el zapote me está envenenando---, su mamá con voz recia le contesto, ---yo le advertí que no se lo comiera---, el dolor cada vez se hacía más fuerte apurándole
las ganas de cagar, se bajó los pantalones y cuando comenzó a
pujar sintió que algo extraño le salía, al reparar se dio cuenta que un animal
largo le emergía de la puerta del ano, el
muchacho asustado volvió a llamar a gritos a su
mamá, la señora corrió a ver que le ocurría, y al notar esta situación,
se apresuró a buscar un trapo para correr en auxilio de su hijo, con cautela fue
jalando poco a poco el animal hasta que lo saco. Era una lombriz que tenía algo
más de un metro.
LA MOYA
El señor Nicasio Contreras a los 96 años
narraba con mucha alegría, las vivencias en el lapso que vivió en Villa del
Rosario, pero a la vez dejando entrever unas pinceladas de nostalgia al
recordar las travesuras de su infancia. Le gustaba como a la mayoría de los
jóvenes de su época andar siempre con una cauchera para matar el tiempo y
distraerse mientras realizaba las labores de rutina por aquellos años: como ir
a traer leña y escobas del cerro de las múcuras, pasto de los potreros de
Abrahán Rojas, cachaza de los trapiches, y agua de la toma Díaz. Una mañana muy
temprano se dirigía para la toma Díaz a realizar una de esas tareas y vio que
subía por la calle cuarta del barrio la Pesa (hoy Fátima) una mujer con una
moya de barro llena de agua a la cabeza. El joven Nicasio con sus ocurrencias
que nunca le faltaban, corrió a esconderse detrás de unas paredes de adobe que
no tenían más de un metro de altura, atrincherado se disponía a preparar su fechoría,
le puso la piedra a la cauchera y a tan sólo veinte metros de distancia le
apunto a la moya que, con excelente puntería la partió en pedazos dejando a la
mujer bañada con el agua. El susto de la dama fue tremendo al escuchar el
estallido de la moya y sentir que el agua bajaba como cascada por su cuerpo; miraba
desconcertada para todos lados pero no vio a nadie y mientras tanto el joven
agazapado se reventaba de la risa en su escondite. La señora no pudo más que,
exclamar ---ah maldita sea--- y
continuar el recorrido con su ropa empapada.
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