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Villa del Rosario, Norte de Santander, Colombia
Presidente Asociación Centro de Historia e Investigación de la Villa del Rosario. Autor de la Ruta Turística Viajando por la Capital de la Gran Colombia en rescate de nuestra identidad. Coautor del libro Viajando por la Capital de la Gran Colombia a través de la recreación en el medio natural

lunes, 18 de mayo de 2020

TERREMOTO DE CÚCUTA


TERREMOTO DE CÚCUTA

TERREMOTO DEL 18 DE MAYO DE 1875

LaOpiniónRecuerda | El terremoto que devastó Cúcuta hace 141 años

Antes de este fatídico acontecimiento el 3 de Febrero de 1616 a las 3 de la tarde un terremoto extraordinario tuvo su origen en la Villa de la Grita (Venezuela) y se extendió muchas leguas alrededor. La sacudida fue tan violenta que nadie pudo tenerse en pie, ni caminar. La tierra oscilaba como las ondas del mar. Toda la población huyó  espantada, pálida de terror. Este fenómeno sísmico, llamado también de Bailadores, produjo gran pánico en el departamento de Norte de Santander.
En Enero de 1644 fue destruida por primera vez la incipiente ciudad de Pamplona por un terremoto, que produjo daños en casi todas las ciudades y pueblos de la cordillera oriental y fue sentido fuertemente en Bogotá.

El 21 de Octubre de 1766 un sismo con epicentro en Venezuela afectó  a muchas  poblaciones del Norte de Santander.

Según acta del cabildo de Pamplona cuenta los estragos del terremoto del 15 de Febrero de 1796 donde quedo totalmente arruinada la iglesia del monasterio de esta ciudad, la de los conventos de Santo Domingo y San Francisco y quedo bastante maltratada la de San Agustín, fuera de lo que en particular padecieron los demás edificios de esta ciudad. La onda sísmica llegó hasta Mérida y Trujillo en Venezuela.
El terremoto del 26 de Febrero de 1849 tuvo lugar a las 5:30 de la mañana y causó  de 40 a 50 muertos en la población venezolana de Lobatera  y sacudió violentamente el Norte de Santander.

El 6 de Marzo de 1869 un temblor sacudió la Villa del Táchira y su vecindario.

Con respecto al terremoto de 1875 tres o cuatro sacudidas fuertes precedieron días antes al 18 de Mayo que en aquella oportunidad cayo Martes y ellas fueron suficientes para alarmar a la ciudadanía, agrietar muros, arrojar al objetos al suelo y sobre todo convertir en tema favorito de tertulias, las impresiones personales y experiencias de los frecuentes temblores.

Dice un testigo que eran las 5 de la mañana del Domingo 16 de Mayo de 1875, cuando yendo por un corredor se oyó un ruido como de carretas en la calle, como tropel  de gente que huye de un toro bravo.

Otros dos movimientos ocurrieron el mismo Domingo 16 hacia las 5:15 de la tarde. Contaba  una persona que se estaba preparando para asistir a una fiesta y se encontraba colocándose la corbata delante de un gran espejo que al principio pensó que el espejo se le venía  encima, pero luego, el grito de la gente lo hizo caer en la cuenta de lo que había ocurrido.

En la mañana siguiente del lunes 17 de mayo a las 5 de la mañana otro nuevo preaviso sacó a los ciudadanos de los dormitorios con las primeras luces del día, el cual fue de carácter más leve, pero aumentó la alarma en todo el vecindario.

En una gran pajarera que había en una de las casas, una gran multitud de pajaritos amanecieron muertos y otros agonizaban, los que quedaban vivos revoloteaban como asustados y sus trinos eran más bien chillidos desapacibles. Por la tarde volvió a temblar y se sintieron otros dos remezones en la víspera de la gran catástrofe, por lo que se generalizó el temor de algo insólito.

La hora fatídica del  martes 18 de Mayo según el general Belisario Matos, distinguido hombre de empresa, entre sus impresiones personales llenas de acuciosos detalles, anota que tuvo lugar a las 11:27 de la mañana. Esta hora del general puede ser la más precisa y casi coincide con la hora que quedó marcando el reloj de la derrumbada torre de la catedral de San José de  Cúcuta, las 11:25 a.m.

Los almacenes y tiendas en 1875 atendían de 6 a 10 o 10:30 de la mañana y de 11 o 12 hasta las 4 o 4:30 de la tarde, de manera que a la hora del terremoto algunos de los establecimientos ya se habían abierto al comercio y en algunos casos, se tomaba aún  la comida del mediodía.

Era la hora del almuerzo y por las calles empedradas en medio de un calor canicular, bestias de carga y carretas de bueyes circulaban por estas calles.

El cielo estaba plácido y sereno; el aire en calma; inmóviles las hojas de los árboles. 

De repente un ruido sordo y cavernoso dio la señal de alarma en toda la región.

Casi simultáneamente la tierra firme se agita y se estremece convulsa, cruje y sacude todo lo que soporta; casas, hombres, animales, árboles.

Vióse a las cordilleras que circundaban los valles de Cúcuta bambolear y la tierra que ondulaba cual aguas del mar, se abría en grietas que tenían una dirección de oriente a occidente.

 A medida que se caminaba se veía que la tierra hacia ondas, se abría en grietas y se volvía a cerrar.

En el cementerio de la Villa del Rosario, que quedaba en el barrio Los Ejidos y específicamente donde hoy es  La Urbanización Villas de Sevilla. las bóvedas y las tumbas se abrieron y arrojaron los cadáveres que se mezclaron y confundieron en pavoroso desorden.

Saltan los objetos de sus puestos, suben por el aire las tejas de barro de las edificaciones, la gente corre despavorida y cae, buscando instintivamente un sitio más seguro en las calles, patios y solares.

La gente al huir instintivamente a las calles, a las plazas, a los patios y a los solares, caía a tierra, era arrojada de una a otra acera de la calle y aun así muchos no lograron librarse porque los techos y las paredes los alcanzaron.  

Muchas de estas personas no pudieron soportar el ruido extraño y las fuertes y continúas sacudidas de sus cuatro remos y espantadas todas, corrían precipitadamente y en el choque producido por el encuentro de unas a otras y de la gente que en su desesperación corría igualmente desolada, iban dejando cadáveres y víctimas por doquier. 

Al ruido natural de la tierra, se une luego el crujir del maderamen y de las vigas de las construcciones, el agitarse de los árboles como sacudidos por un vendaval que no existe, el correr de la gente y de los animales espantados.

Poco a poco ceden los muros, las paredes se desmoronan, las construcciones caen convertidas en polvo y el cielo se oscurece. Todas las construcciones de la Villa del Rosario que para esa época eran de tapia pisada y algunas de dos pisos,  con sus pesados techos de teja asentada con barro en las techumbres de cañabrava  o madera y las iglesias que tenían además algunas bases y columnas de piedra y ladrillo pegados con cal y sangre de toro  caen al piso; entre ellas La capilla Santa Ana que fue la primera iglesia de esta población construida hacia 1738, el templo donde se Instaló el Congreso Constituyente de 1821, la casa de la familia Nava donde después fue La estación del ferrocarril, la casa de la familia Fernández Nava en lo que hoy conocemos como El monumento Nacional La Bagatela, la casa del Doctor Juan Nepomuceno Piedri  que en 1875 era propiedad de la familia Rueda Jara, es decir, donde nació el General Francisco de Paula Santander, la casa donde murió el Doctor Juan German Roscio,  la casa donde se acuño la moneda en la época del Congreso Constituyente (donde hoy es La Bolera),  la casa de la familia Suárez y Porras, la casa donde se hicieron las campanas y el esquilón del Templo Histórico y el solar destinado para el mercado.

Una nube espesa de polvo envolvió a los sobrevivientes, entrándose por la boca y nariz hasta dificultar la respiración;  habrían perecido indefectiblemente por asfixia cuantos sobrevivieron, si un viento impetuoso no hubiera arrastrado aquella nube que pasó por sobre los caseríos que quedaban al occidente de San José de  Cúcuta y que por el volumen pregonaba porvenir de un suceso desconocido. Despejado el horizonte, la gente pudo darse cuenta de la magnitud del acontecimiento: !qué horror! ni una sola edificación, ni siquiera una pared en pie se percibía en la extensión abarcada por la vista; a los oídos llegaban en confuso clamor los gritos de cuantos sobrevivían, que impetraban misericordia.

Un momento después, perdidas las nociones de distancia y tiempo, se veían salir  de entre ruinas a algunos de los que eran  vecinos, sin poder reconocerse  recíprocamente, pues el polvo que los cubría y la expresión de terror los desfiguraba !se creían  mutuamente muertos que surgían de sus tumbas! La idea de ver llegado el fin del mundo dominaba los espíritus y a tal idea contribuían el terrible cuadro que ofrecía la perspectiva y la manifestación de la aterradora fuerza de la omnipotencia divina.

A la 1 de la tarde del 18 de Mayo, una vez ocurrida la catástrofe se desato un torrencial aguacero que vino a purificar la atmósfera y apagar los incendios que se originaron producto de los fogones que se encontraban encendidos pues era la hora del almuerzo y de algunos depósitos de explosivos y de petróleo,   pero a empeorar la situación porque la gente no tenía donde refugiarse por cuanto sus casas ya no estaban en pie.
  
Y para aumentar lo sombrío de aquel espectáculo pavoroso, apenas destruida la ciudad de San José de Cúcuta y sus poblaciones vecinas como La Villa del Rosario, algunos seres desalmados se entregaron al pillaje y violentando  las cajas de hierro en que guardaban el dinero sus poseedores, producían un ruido infernal e incitaban al robo a cuanto veían los caudales de que se adueñaban. Aquel bochornoso pillaje duró por algunos días, hasta que una nueva fuerza, comandada por los generales Fortunato Bernal y Leonardo Canal, se presentó en el puente San Rafael, donde acampó; después de convencidos aquellos jefes de la necesidad suprema de acabar con el bandidaje para poder restablecer la normalidad y asegurar con ésta la existencia de millares de personas, aprehendieron a siete ladrones, y sometido el más responsable de los presos, bien conocido en la localidad y llamado Piringo, a consejo de guerra verbal, fue condenado a muerte y pasado por las armas en el mismo día, a las cuatro y media de la tarde. Con esa dolorosa medida cesó el bandidaje y se aumentó en una más la cifra aterradora de las víctimas del terremoto.

En los días siguientes, los que no emigraron, enterraron a sus muertos y salvaron algunas propiedades, defendiéndolas del pillaje que se desató.

Los habitantes de Villa del Rosario, se trasladaron al barrio que se conocía con el nombre de los Ejidos y que fue donde se edificó  la nueva población,  de La Quebrada Los Ángeles (El Calicanto) hacia arriba  y se comienzan a fundar el barrio Piedecuesta el 22 de Junio de 1875, El Centro 20 de Julio de 1877, La Pesa (hoy Fátima) 1 de Noviembre de 1878, Gramalote 12 de Octubre de 1879 y el barrio La Palmita 19 de Marzo de 1893.

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