TERREMOTO DE CÚCUTA
TERREMOTO DEL 18 DE MAYO DE 1875
Antes de este fatídico
acontecimiento el 3 de Febrero de 1616 a las 3 de la tarde un terremoto
extraordinario tuvo su origen en la Villa de la Grita (Venezuela) y se extendió
muchas leguas alrededor. La sacudida fue tan violenta que nadie pudo tenerse en
pie, ni caminar. La tierra oscilaba como las ondas del mar. Toda la población
huyó espantada, pálida de terror. Este
fenómeno sísmico, llamado también de Bailadores, produjo gran pánico en el
departamento de Norte de Santander.
En Enero de 1644 fue
destruida por primera vez la incipiente ciudad de Pamplona por un terremoto,
que produjo daños en casi todas las ciudades y pueblos de la cordillera
oriental y fue sentido fuertemente en Bogotá.
El 21 de Octubre de 1766
un sismo con epicentro en Venezuela afectó
a muchas poblaciones del Norte de
Santander.
Según acta del cabildo de
Pamplona cuenta los estragos del terremoto del 15 de Febrero de 1796 donde
quedo totalmente arruinada la iglesia del monasterio de esta ciudad, la de los
conventos de Santo Domingo y San Francisco y quedo bastante maltratada la de
San Agustín, fuera de lo que en particular padecieron los demás edificios de
esta ciudad. La onda sísmica llegó hasta Mérida y Trujillo en Venezuela.
El terremoto del 26 de
Febrero de 1849 tuvo lugar a las 5:30 de la mañana y causó de 40 a 50 muertos en la población venezolana
de Lobatera y sacudió violentamente el
Norte de Santander.
El 6 de Marzo de 1869 un
temblor sacudió la Villa del Táchira y su vecindario.
Con respecto al terremoto
de 1875 tres o cuatro sacudidas fuertes precedieron días antes al 18 de Mayo que en aquella oportunidad cayo Martes y ellas fueron
suficientes para alarmar a la ciudadanía, agrietar muros, arrojar al objetos al suelo y sobre todo convertir en tema favorito de tertulias, las impresiones
personales y experiencias de los frecuentes temblores.
Dice un testigo que eran
las 5 de la mañana del Domingo 16 de Mayo de 1875, cuando yendo por un corredor
se oyó un ruido como de carretas en la calle, como tropel de gente que huye de un toro bravo.
Otros dos movimientos
ocurrieron el mismo Domingo 16 hacia las 5:15 de la tarde. Contaba una persona que se estaba preparando para
asistir a una fiesta y se encontraba colocándose la corbata delante de un gran
espejo que al principio pensó que el espejo se le venía encima, pero luego, el grito de la gente lo
hizo caer en la cuenta de lo que había ocurrido.
En la mañana siguiente del
lunes 17 de mayo a las 5 de la mañana otro nuevo preaviso sacó a los ciudadanos
de los dormitorios con las primeras luces del día, el cual fue de carácter más
leve, pero aumentó la alarma en todo el vecindario.
En una gran pajarera que
había en una de las casas, una gran multitud de pajaritos amanecieron muertos y
otros agonizaban, los que quedaban vivos revoloteaban como asustados y sus
trinos eran más bien chillidos desapacibles. Por la tarde volvió a temblar y se
sintieron otros dos remezones en la víspera de la gran catástrofe, por lo que
se generalizó el temor de algo insólito.
La hora fatídica del martes 18 de Mayo según el general Belisario
Matos, distinguido hombre de empresa, entre sus impresiones personales llenas
de acuciosos detalles, anota que tuvo lugar a las 11:27 de la mañana. Esta hora
del general puede ser la más precisa y casi coincide con la hora que quedó
marcando el reloj de la derrumbada torre de la catedral de San José de Cúcuta, las 11:25
a.m.
Los almacenes y tiendas
en 1875 atendían de 6 a 10 o 10:30 de la mañana y de 11 o 12 hasta las 4 o 4:30
de la tarde, de manera que a la hora del terremoto algunos de los
establecimientos ya se habían abierto al comercio y en algunos casos, se tomaba
aún la comida del mediodía.
Era la hora del almuerzo
y por las calles empedradas en medio de un calor canicular, bestias de carga y
carretas de bueyes circulaban por estas calles.
El cielo estaba plácido y
sereno; el aire en calma; inmóviles las hojas de los árboles.
De repente un
ruido sordo y cavernoso dio la señal de alarma en toda la región.
Casi simultáneamente la
tierra firme se agita y se estremece convulsa, cruje y sacude todo lo que
soporta; casas, hombres, animales, árboles.
Vióse a las cordilleras
que circundaban los valles de Cúcuta bambolear y la tierra que ondulaba cual
aguas del mar, se abría en grietas que tenían una dirección de oriente a
occidente.
A medida que se caminaba se veía que la tierra
hacia ondas, se abría en grietas y se volvía a cerrar.
En el cementerio de la Villa del Rosario, que quedaba en el barrio Los Ejidos y específicamente donde hoy es La Urbanización Villas de Sevilla. las bóvedas
y las tumbas se abrieron y arrojaron los cadáveres que se mezclaron y confundieron
en pavoroso desorden.
Saltan los objetos de sus
puestos, suben por el aire las tejas de barro de las edificaciones, la gente
corre despavorida y cae, buscando instintivamente un sitio más seguro en las
calles, patios y solares.
La gente al huir
instintivamente a las calles, a las plazas, a los patios y a los solares, caía
a tierra, era arrojada de una a otra acera de la calle y aun así muchos no
lograron librarse porque los techos y las paredes los alcanzaron.
Muchas de estas personas
no pudieron soportar el ruido extraño y las fuertes y continúas sacudidas de
sus cuatro remos y espantadas todas, corrían precipitadamente y en el choque
producido por el encuentro de unas a otras y de la gente que en su
desesperación corría igualmente desolada, iban dejando cadáveres y víctimas por
doquier.
Al ruido natural de la
tierra, se une luego el crujir del maderamen y de las vigas de las
construcciones, el agitarse de los árboles como sacudidos por un vendaval que
no existe, el correr de la gente y de los animales espantados.
Poco a poco ceden los
muros, las paredes se desmoronan, las construcciones caen convertidas en polvo
y el cielo se oscurece. Todas las construcciones de la Villa del Rosario que
para esa época eran de tapia pisada y algunas de dos pisos, con sus pesados techos de teja asentada con
barro en las techumbres de cañabrava o
madera y las iglesias que tenían además algunas bases y columnas de piedra y
ladrillo pegados con cal y sangre de toro
caen al piso; entre ellas La capilla Santa Ana que fue la primera iglesia de
esta población construida hacia 1738, el templo donde se Instaló el Congreso
Constituyente de 1821, la casa de la familia Nava donde después fue La estación
del ferrocarril, la casa de la familia Fernández Nava en lo que hoy conocemos
como El monumento Nacional La Bagatela, la casa del Doctor Juan Nepomuceno
Piedri que en 1875 era propiedad de la
familia Rueda Jara, es decir, donde nació el General Francisco de Paula
Santander, la casa donde murió el Doctor Juan German Roscio, la casa donde se acuño la moneda en la época
del Congreso Constituyente (donde hoy es La Bolera), la casa de la familia Suárez y Porras, la
casa donde se hicieron las campanas y el esquilón del Templo Histórico y el
solar destinado para el mercado.
Una nube espesa de
polvo envolvió a los sobrevivientes, entrándose por la boca y nariz hasta dificultar la respiración; habrían perecido
indefectiblemente por asfixia cuantos sobrevivieron, si un viento impetuoso no
hubiera arrastrado aquella nube que pasó por sobre los caseríos que quedaban al
occidente de San José de Cúcuta y que por el volumen pregonaba porvenir de un suceso
desconocido. Despejado el horizonte, la gente pudo darse cuenta de la magnitud
del acontecimiento: !qué horror! ni una sola edificación, ni siquiera una pared
en pie se percibía en la extensión abarcada por la vista; a los oídos llegaban
en confuso clamor los gritos de cuantos sobrevivían, que impetraban
misericordia.
Un momento después, perdidas las
nociones de distancia y tiempo, se veían salir de entre ruinas a algunos de los que eran vecinos, sin poder reconocerse recíprocamente, pues el polvo que los cubría y
la expresión de terror los desfiguraba !se creían mutuamente muertos que surgían de sus tumbas!
La idea de ver llegado el fin del mundo dominaba los espíritus y a tal idea
contribuían el terrible cuadro que ofrecía la perspectiva y la manifestación de
la aterradora fuerza de la omnipotencia divina.
A la 1 de la tarde del 18 de Mayo, una vez ocurrida la catástrofe se
desato un torrencial aguacero que vino a purificar la atmósfera y apagar los
incendios que se originaron producto de los fogones que se encontraban
encendidos pues era la hora del almuerzo y de algunos depósitos de explosivos y
de petróleo, pero a empeorar la situación
porque la gente no tenía donde refugiarse por cuanto sus casas ya no estaban en
pie.
Y para aumentar lo sombrío de aquel espectáculo pavoroso, apenas
destruida la ciudad de San José de Cúcuta y sus poblaciones vecinas como La Villa del
Rosario, algunos seres desalmados se entregaron al pillaje y violentando las cajas de hierro en que guardaban el dinero
sus poseedores, producían un ruido infernal e incitaban al robo a cuanto veían
los caudales de que se adueñaban. Aquel bochornoso pillaje duró por algunos
días, hasta que una nueva fuerza, comandada por los generales Fortunato Bernal
y Leonardo Canal, se presentó en el puente San Rafael, donde acampó; después de
convencidos aquellos jefes de la necesidad suprema de acabar con el bandidaje
para poder restablecer la normalidad y asegurar con ésta la existencia de
millares de personas, aprehendieron a siete ladrones, y sometido el más
responsable de los presos, bien conocido en la localidad y llamado Piringo, a
consejo de guerra verbal, fue condenado a muerte y pasado por las armas en el
mismo día, a las cuatro y media de la tarde. Con esa dolorosa medida cesó el
bandidaje y se aumentó en una más la cifra aterradora de las víctimas del
terremoto.
En los días siguientes, los que no emigraron, enterraron a sus muertos y
salvaron algunas propiedades, defendiéndolas del pillaje que se desató.
Los habitantes de
Villa del Rosario, se trasladaron al barrio que se conocía con el nombre de los
Ejidos y que fue donde se edificó la
nueva población, de La Quebrada Los
Ángeles (El Calicanto) hacia arriba y se
comienzan a fundar el barrio Piedecuesta el 22 de Junio de 1875, El Centro 20
de Julio de 1877, La Pesa (hoy Fátima) 1 de Noviembre de 1878, Gramalote 12 de
Octubre de 1879 y el barrio La Palmita 19 de Marzo de 1893.
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