Nació en Cerinza (Boyacá) el viernes 11 de Septiembre de 1863. Su padre
Agustín Manrique, su madre Narcisa Báez. Casado con la señora Justina Carrillo unión de
la cual nacieron Justina, María Cristina y José Jacinto.
En 1.895, inició la construcción de su hermosa casa, que
ocupaba casi toda una manzana y que desgraciadamente hoy esta mutilada y con su
pasadizo secreto completamente tapiado.
La construyó con cuatro ventanas
de cuerpo entero; dos al sur y dos al norte, con su portón y contraportón para
poder ingresar, montado a caballo, hasta su patio principal.
En la parte posterior de la casa le construyó un sótano donde preparaba
sus medicamentos.
Junto al sótano construyó el túnel que en la actualidad tiene su entrada
obstruida y fue allí donde escondió las
armas y a sus amigos que lucharon en la guerra de los 1.000 días.
Conocía todas las ramas de la medicina; curaba enfermos mentales, era
partero, cirujano, pero lo más singular de este bondadoso médico, era que no le
cobraba a los pobres por su consulta e incluso les regalaba la medicina para su
curación.
Acostumbraba dormir en un ataúd cuando se sentía enfermo. También era
su costumbre que cuando moría algún pobre y su familia no tenía con que comprar
el cajón, regalaba el suyo y encargaba otro al señor Luís Lamus quien hacía los
ataúdes.
Era tal su fama y lo acertado en
los diagnósticos que cuando algún paciente era llevado a la ciudad de Cúcuta
para ser visto por otro galeno, éste preguntaba: ¿de dónde vienen? y al
responderle que de Villa del Rosario, volvía a preguntar ¿ya lo vio Manrique?
Al responderle que sí, surgía el nuevo interrogante ¿qué dijo Manrique? Al
contestarle que había dicho que ya no se podía hacer nada, inmediatamente
llamaba a los familiares aparte y les decía: prepárense para el desenlace
final.
Llegó a este municipio a finales del siglo XIX y fue alcalde en 4 ocasiones.
Construyo el segundo acueducto del municipio en 1918 con tubería de dos
pulgadas que iniciaba de Puente Tierra por la carrera 8 y llegaba hasta la
calle 5 frente al parque Pedro Fortoul hoy parque Los libertadores donde había
un tanque que fue bautizado con el nombre de Manrique.
El 6 de Mayo de 1.921 siendo
alcalde, cuando se cumplían 100 años de haberse celebrado el Congreso de la Gran Colombia, inauguro los monumentos del parque Centenario de la
zona histórica, le sembró los árboles y las plantas que lo adornaron hasta su reforma en 1.971.
Otra de las virtudes del doctor Manrique era que tocaba piano a dos manos
con sus hijas Justina y María Cristina.
Con la imprenta que adquirió en
1.908, fundó el Semanario “Ecos de la
frontera” en 1.913. A través de este Semanario luchó incansablemente por el progreso de la
población y fomentó la hermandad colombo-venezolana.
Después del Hospital del Sagrado Corazón de Jesús construido por el
padre Manuel María Lizardo, esta casa fue el segundo hospital en importancia
desde 1.900, hasta el momento de su deceso
acaecido el 24 de Junio de 1.947
a la una y media de la tarde por paro cardiaco.
Todos los que gozaron de su amistad
íntima, sentían una verdadera
delectación espiritual al oírlo comentar, con su palabra tinosa y sabia, no
sólo problemas de actualidad, sino sobre cualquier punto de Historia Universal,
sobre religión, sobre política, en una palabra, sobre cualquier tema por
profundo que fuera. El doctor Manrique era un hombre pensador e inquieto por
conocer la razón de las cosas.
El Rosario, pues, no puede olvidar nunca a este gran benefactor y no
pueden olvidarlo ninguna de las clases sociales, porque a todas sirvió con afán
de hacer el bien, de mitigar las penas y de llevar consuelo a sus amarguras
corporales. Y especialmente los pobres, lloran hoy su ausencia definitiva,
porque el doctor Manrique jamás pensó en llenar sus arcas con el fruto de su
elevada misión; acudía con presteza y buena voluntad, aún con peligro de su salud cuando estaba
enfermo, a la cama del paciente; luchaba sin descanso por quitarle una presa a
la muerte y cumplida su labor a toda hora y en todo momento, regresaba a su hogar, muchas veces amargado
de no haber sido llamado a tiempo para su propia satisfacción y la alegría de
los familiares del enfermo. Pero, sus manos jamás se extendieron para pedir el
fruto de su trabajo. No le interesaron esos pequeños menesteres y por eso,
murió en la mayor pobreza, únicamente
con la esperanza de recibir del todopoderoso el premio que Dios sabe dar a los
que confían con fe y con constancia, en sus eternos galardones.
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