CARTA DE BOLÍVAR PARA EL GENERAL FRANCISCO DE PAULA SANTANDER, FECHADA EN EL ROSARIO EL 10 DE JUNIO DE 1820, EN LA CUAL HACE CONSIDERACIONES EN TORNO A LA MARCHA DE LA GUERRA Y TAMBIÉN SOBRE MOTIVOS PARTICULARES. *
El Rosario, 10 de junio de 1820.
A S.E. el General F. de P. Santander.
Mi querido General:
Acabo de tener el gusto de recibir su carta de 29 del pasado, que voy a contestar; pero antes diré algo de lo que no es contestación:
Parece que el estado del ejército de Morillo es bien triste por lo que dice un oficial y un cirujano pasados. ¡Qué útil sería aprovechar las oportunidades! Muy inclinado estoy a emprender algo por el Occidente. De todos modos dentro de tres meses me veré las caras con Morillo. El I9 de septiembre emprenderán sus marchas nuestras columnas, por consiguiente todas deben estar aquí para fines de agosto y también el batallón de Bogotá con 1.000 plazas, equipado y disciplinado lo mejor posible. En estos tres meses tenemos que hacer mil cosas; no solamente para mantener estas tropas, sino para po¬nerlas en estado de marchar y de combatir. Debemos pues apurarnos extraordinariamente para no perder el tiempo, ni el fruto de tantos sacrificios.
Confieso a Vd., con la más franca ingenuidad, que me causa un verdadero dolor las quejas de la alta Corte de Justicia de Cundinamarca. Yo no sé si tiene o no razón, me alegraría que la tuviera para que fuese justa, y sentiría la sinrazón del Congreso, porque es de Venezuela, no por su composición ni por sus miembros. Los de estos dos cuerpos me son perfec¬tamente iguales. Mas las discordias que nacen de la unión que yo he procurado formar, me hacen sufrir las agonías del suplicio. Haré otra confesión: la causa única, por decirlo así, que me ha animado a proponer la creación de Colombia ha sido la idea de destruir para siempre los motivos de odio, de discordancia y de disolución. ¡Si estos se aumentan que horro¬roso chasco!
Desde que salí de aquí la primera vez para Caracas, iba firmemente resuelto a dejar el mando el mismo día que libertase mi patria: la guerra me forzó a mandarla para poder combatir con suceso, o por lo menos con esperanzas. Esta resolución se ha aumentado en mí progresivamente en razón del tiempo y de los sucesos, y cada día se multiplica en progresión geo¬métrica. Muchas veces he dicho a algunos de mis amigos que yo me hallo en alta mar buscando un puerto donde desembar¬car. La paz será mi puerto, mi gloria, mi recompensa, mi esperanza, mi dicha y cuanto es precioso en el mundo. Ya lo he proclamado a la faz de Venezuela: el primer día de paz será el último de mi mando: nada hará cambiar esta determi¬nación. Se podrán amontonar sobre mi cabeza, todas las tem¬pestades del cielo, abrírseme a los pies todos los abismos, con¬vidarme la fama con un
templo en la última posteridad; ofre¬cerse el Paraíso a mis delicias; pero yo, más fuerte que el inflexible Catón, quedaré inexorable como él. Por fin diré: si no me queda otro camino que el de la fuga, ese será el de mi salvación.
La contribución me parece admirable; el ejército la pagará, pero no debe hacerlo Pamplona, porque esta Provincia ha padecido y padece diariamente infinito.
Me alegro mucho que Albión y Mariquita, tengan tre¬ce compañías.
No es fundado el temor que Vd. tiene con nuestra escua¬drilla, porque ella se está portando muy lindamente: que lo diga El Banco. Ya he dicho lo que debemos hacer con las tropas del Magdalena.
La escuadra del Zulia puede sufrir inconvenientes si la echamos al agua sin todos los requisitos necesarios; pero si nuestras tropas amenazan a Maracaibo, cuente Vd. con el suceso.
Lo que Vd. dice de la operación contra La Torre es muy exacto.
Agradezco la quinta: agradeceré aún más que me com¬pongan el jardín, y todavía agradeceré más a la fortuna que me deje pasar algunos días en ella, en paz y sin mando; para después pasar este goce en toda propiedad a mi amigo San¬tander.
Me alegro de los 500 libertos, y siento que se pierdan en el tránsito: hágalos Vd. solicitar con una antorcha.
Me parece muy bien que los cívicos vengan a campaña, o que paguen a los que van a morir por su cuenta.
La inhibitoria es de dinero, no de donativo para el señor Rodríguez y compañía. Lo diré mejor para que no haya du¬da. A esos buenos godos se les inhibe de tener plata, para que se hagan patriotas, e iguales con los demás.
Está Vd. muy de buen humor con los treinta mil pesos que ya me habrá mandado, y yo también he participado de esta alegría pura, speranzado de los cien mil más para inhibirlo a Vd. del resto. ¿No soy barato?
Me alegro de saber de nuestra amable familia: me equivo¬qué, pero hablando por los dos puede ser que no me equivo¬que. ¡Pobre mamá! ¡Las pesadumbres de Plaza la han de llevar al borde del sepulcro! Qué interesante estará la sentimental Bernardina suspirando, leyendo y hablando del ingrato Plaza. ¡Qué hermosa estará Nicolasa! ¡Pobre Baloe con tan buena moza y tan pocos reales! ¡Pobre Pepita con calenturas y tan formal que nada promete a la felicidad futura de su casa! [1]
Contesto la adición: gracias a Dios que marcha Valdés, y que tiene confianza en sus tropas, y que Calzada no es fuerte, y que se pasan los soldados armados.
Siento que Manrique no sirva y que Mires esté enfermo y que Moreno no sea mejor para el Estado Mayor, a pesar de que tanto lo desean. Pero allá va la orden para que quede, y venga Manrique.
Que vuelen los angelitos: que se canten las letanías y nos¬otros diremos amén. He dicho.
BOLÍVAR.
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